El pasado 6 de Enero, Pablo, como todos los años corría a la
parte baja de la casa a ver los regalos que había recibido por el día de Reyes,
pero algo no era como otros años.
Pablo tenía 9 años, era hijo único de madre divorciada y
vivía con su abuela-. La situación ese año fue difícil, llegaba poco dinero a
casa, y lo que llegaba era para la medicina de la abuela ya que la Seguridad
Social no se lo cubría.
Llego al árbol, como todos los años decorado con grandes
bolas rojas y una hilera de colores producidos por el cable de bombillas que le
hacía recordar a la Aurora. Ese año no habían regalos bajo el árbol como fue
costumbre hasta ese día. A él no le preocupo pues pensó que los Reyes habrían
dejado los regalos escondidos por algún lugar de la casa. Mientras Pablo
recorría la casa cual pollo sin cabeza la madre lo miraba con la cara
descompuesta, pensaba que sería de la ilusión de los Reyes Magos a partir de
ahora para Pablo y que efectos tendría esto sobre él.
Pablo, cansado de buscar fue a preguntarle a su madre y esta
con mucha pena le dijo que ese año los Reyes habían fallado. Pablo sabía que
eso era imposible, pues para el los Reyes no fallaban por lo que fue a la madre
a preguntarle qué es lo que pasaba realmente. Esta se lo llevó al sofá y le confesó
la crítica situación que vivían, pero, a su asombro, Pablo no mostró una pizca
de pena, la abrazó y la tranquilizó: “Mamá, los regalos son bienes materiales,
y como tales no son importantes, no me importa si no tengo más regalos con
vosotras me basta”. Esa frase se le quedo a la madre grabada para siempre, y
fue ahí donde se dio cuenta que aquel niño inocente se estaba convirtiendo ya
en el hombre que la familia necesitaba.